Los Jardines de Santa Clotilde son unos jardines noucentistes del municipio de Lloret de Mar situados en un paraje de gran belleza, al lado del mar, y declarado bien cultural de interés nacional.
Están situados sobre un acantilado con vistas al mar, entre la Cala Sa Boadella y la Playa de Fenals de Lloret de Mar. Ocupa una extensión de 26.830 m².
Los Jardines de Santa Clotilde son considerados el ejemplo y paradigma de jardín novecentista. El arquitecto, Rubió y Tudurí, era un joven que participaba de las corrientes artísticas preponderantes en aquella época, como el Novecentismo, un movimiento existente en Cataluña, a principios de siglo xx, que buscaba la recuperación de las formas clásicas mediante la investigación de la simetría, la proporción y la orden.
En medio de un escalonamiento aterrazado, la diversidad de especies de plantas del jardín se alternan con pequeños estanques y varios conjuntos escultóricos. El protagonismo, pero, más que la diversidad vegetal, es la disposición arquitectónica y la obra de jardinería escultórica.
Rubió y Tudurí diseñó los jardines de Santa Clotilde de manera que se adaptaran perfectamente a la orografía de un terreno verdaderamente difícil. E diseño parte de unos ejes visuales que marcan las líneas arquitectónicas utilizando cortinas de árboles. De esta manera consigue una continuidad entre el jardín y la naturaleza de alrededor (hasta con el mar) sin perderse, pero, la autonomía formal del espacio. Otro dato característico de los Jardines de Santa Clotilde es la ausencia de muros de contención, que han sido substituidos por terraplenes suaves (a diferencia del modelo italiano, que utiliza paredes de árboles como muros para cerrar el perímetro) y la utilización del escalonamiento del terreno en terrazas y el cruce de caminos mediante rampas y escaleras que permiten salvar los desniveles.
Los jardines se organizan alrededor de la escalinata principal, conocida como la Escalera de las Sirenas, que baja desde la explanada de la casa hasta al mar y es cruzada por tres caminos.
Tanto en los ejes principales del jardín (las tres escaleras, que bajan hacia la plaza central), como la explanada superior, la vegetación tiene una función tanto estética como arquitectónica y escultórica. Las vallas vegetales de cipreses conforman unas paredes que dirigen la visión del espectador destacando las mejores panorámicas, especialmente las vistas hacia el mar. Todo el conjunto crea una sensación de dominada naturaleza. En el eje principal del jardín destaca el juego de colores entre el azul del cielo, el verde de la vegetación y el blanco del suelo, las esculturas y los álamos. A los lados de este eje principal, el jardín tiene un aspecto más “natural”. La zona intermedia, que hace de unión con el paisaje exterior está formada por parterres de hierba con grupos de árboles dispersos, situados en suaves pendientes. Las plazas distribuidas por el jardín permiten contemplar las diferentes panorámicas, incluyendo buena parte del litoral, que se puede contemplar desde los miradores situados encima del acantilado. Se han utilizado en el jardín algunas de las especies que crecen en el paisaje circundante. Esto hace que sea difícil descubrir el límite entre el jardín y el paisaje natural.
Rubió y Tudurí decidió que las especies empleadas fueran mayoritariamente autóctonas y características del clima mediterráneo. Las plantaciones se iniciaron en la década de 1920 y consistían tanto en árboles y arbustos de hoja perenne -pinos, cipreses y cedros- como en árboles caducifolios -tilos, álamos. Los jardines también incorporan algunas especies otras latitudes como los cedros del Himalaya, los cedros del Atlas, los tilos y los cipreses de Monterrey.
Hay que destacar también la utilización que se hace del arte topiario, que consiste en el recorte ornamental de las plantas para marcar espacios arquitectónicos. Los jardines destacan por tres elementos de intención simbólica: poca presencia de flores (aludiendo a los modelos de jardín renacentista), uso de la hiedra (técnica que una vez experimentada en Santa Clotilde, Rubió y Tudurí utilizará en muchos otros jardines), y uso del laurel (árbol vinculado tradicionalmente a Lloret de Mar).
Se van encontrando esculturas a lo largo de todo el recorrido, situadas con el objetivo de ir creando diferentes puntos de interés, como el grupo de sirenas en bronce de la escultora Maria Llimona. En total veinticinco esculturas que pueden ser clasificadas por grupos, en función de criterios temáticos:
– Esculturas vinculadas con el mundo del agua: entre las cuales destacan las cinco sirenas de Maria Llimona. Sirenas clásicas y sirenas de dos colas, de bronce con un estilo botticelliano. También se disponen dos cupidos, una Venus y un Cupido, y una escultura con cuerno.
– Bustos neoclásicos: con un total de diez bustos, seis masculinos y cuatro femeninos, que fueron adquiridos entre 1928 y 1930.
– Animales: cinco esculturas de animales de aspecto poderoso e imponiendo.
– Otras esculturas: un angelito que sostiene una mesa, y una escultura exenta que representa una mujer vestida con ropa de época griega o romana con una serpiente enredada en el brazo.
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